Desde el comienzo, con Flores, Mora García Medici nos sorprende: una mezcla de baguala con aires flamencos que luego nos llevan a una canción de rara métrica tocada por un grupo con formación jazzera: dos saxos y base rìtmica, a los que se suma como invitado (sólo por esta canción) el guitarrista Alan Plachta. El resultado de tanta fusión en el buen sentido es un repertorio de temas imposibles de encasillar, ya que formalmente son canciones pero la armonia y la libertad que se respira son deudoras del lenguaje del jazz.
Con la belleza como estandarte, mucho de lo que construye la artista, que además de componer y cantar es la autora de los arreglos para el quinteto, no se parece a nada. Sin embargo hay algunas referencias actuales o, más bien, artistas que están en búsquedas parecidas, como Ramiro Flores (pero aquí hay más aire folklórico), el Hernán Jacinto de Camino (pero esto no es instrumental, son todas canciones) o Daniela Horovitz.
El piano de Isaac Cevallos es fundamental: único apoyo armónico, se transforma en el principal compañero de la cantante, que tiene técnica y un bello color de mezzosoprano. El grupo se completa con Juan Ignacio Sánchez en saxo alto, Camila Nebbia (de quien este mes presentamos su propio proyecto) en saxo tenor, Joaquín Fridman en bajo y Javier Fourcade en batería.
Aires de zamba, de vidala, aparecen cada tanto. No sorprende entonces que cierre el disco con una muy bella interpretación de la Canción del que no hace nada, del Cuchi Leguizamón y Manuel Castilla. Una artista con voz propia a la que vale la pena prestar atención.
Club del Disco
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