Habría que hacer la prueba, si fuera posible, de escuchar este disco completo a ciegas, sin mirar los nombres de los tracks ni ver las ilustraciones de la gráfica. Tarea complicada porque, quien tenga el objeto en sus manos habrá visto por lo menos la tapa y parte del interior para extraer el CD. En todo caso, se puede probar esta experiencia en otra persona: hacerle escuchar todo sin sugerirle un marco. Porque es realmente sugestivo cómo Frido ter Beek nos lleva a un lugar muy profundo, una región que no conocíamos en la que todo es calma y serenidad.
Se trata de un disco hecho sin "ningún plan", como miente un poco el saxofonista holandés (perdón, de los Países Bajos) en el breve texto que puso en el interior del digipack. Porque entrar al estudio e improvisar es, también, un plan de trabajo. Son todos dúos, más algunos separadores muy cortos donde experimenta doblándose a sí mismo o jugando con texturas. Se grabaron tres horas de las que luego quedaron los trece tracks de este disco de 45 minutos.
Es improvisación sin plan previo, pero no es free jazz. Los lugares de las profundidades en las que se sumergen los diferentes dúos que armó Frido para la ocasión tienen características melódicas y rítmicas más bien tradicionales. Se percibe mucha libertad pero siempre dentro de un marco: hay límites que no se cruzan.
Las sabias manos (y oídos) de Florencio Justo registraron momentos memorables, de altísima inspiración de Mariano Agustoni, Ernesto Snajer y Sebastián de Urquiza junto a Frido, y sin lugar a dudas las piezas más felices son aquellas en las que los instrumentos dialogan con fluidez.
Si bien el formato es experimental, en el sentido de que no hubo una nota escrita en un papel y fue una apuesta, una moneda lanzada al aire, lo que se escucha está lejos de ser material para unos pocos amantes de las rarezas. Se disfruta y dan ganas de escuchar muchas veces para volver a esos paisajes locos e inusuales por los que nos pasea.
Club del Disco
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