Se trata de un conjunto perfecto de canciones con carácter folklórico, no solo por el género musical que bien revisita en varios casos. También por la cercanía con ciertos paisajes, costumbres y complicidades localistas, suerte de pinturas de arte popular que el autor se toma la libertad de colorear muy particularmente.
Con los verdaderos artistas, dueños de un lenguaje personal, pasan cosas como estas: cuadros sin marco, de campos fértiles sembrados con guiños, resabios, restos de estilos o influencias de maestros anteriores dispersos por allí, y el cultivo resignificado, pasado por el filtro singular del actual creador.
Entonces encontramos, una progresión que tiene algo Beatle, una milonga apenas decorada por una ráfaga de electrónica y samplers rurales, un aire de ranchera casi de campo adentro, entretejidos de música andina, pasajes apenas rockeros; pero no. Son todos apenas guiños que señalan el salto al vacío de Lebrero, y por sobre ese panorama de mezcla, por encima de todo, están sus canciones, crudas, acústicas, accesibles e inteligentes. La voz (estandarte de la personalidad del autor) y las letras –que merecen especial atención- en las que se alternan la dulzura con la más feroz ironía, ponen al personaje en primer plano, sin olvidar el ritmo, ni la melodía.
Cada composición, cada tema tiene una identidad propia, un destello. A la vez, hay unidad: es la sensación de que provienen todos de un fondo común de repentina inspiración. Es como si la fusión aleatoria de estilos que atraviesan la música de Lebrero, estuviera sostenida por esa necesidad de componer, guitarra en mano o con el bandoneón, atravesando las tradiciones, los códigos, incluso su mundo personal. Todo está en su obra, desde su empatía con el campo caminando por la ciudad, el Río de la Plata y el norte argentino, el galán antihéroe, la historia y la modernidad llenas de naturalidad y claroscuros.
Así son las Cosas de Tomi, tienen algo de capricho y mucha voluntad de una búsqueda que, debemos decirlo, genera muchos hallazgos. El sonido y la presentación del disco son algo artesanal, hecho con soltura. Todos los instrumentos (guitarra, contrabajo, percusión, bandoneón, charango y violín) están sonando ahí, cerquita; y el carácter del cantante remarca esa presencia. Técnicamente, el audio no es perfecto, pero esa cierta desprolijidad hace al resultado que compromete totalmente la estética del artista; que recomendamos mucho verlo en vivo.
Se nota que Tomás Lebrero tocó y escuchó mucha milonga, vals, tango (es un reconocido bandoneonista), a eso le suma folk y un espíritu muy afín al del viejo rock. Un espíritu libre, sin miedos, con ganas de descubrimiento y experimentación.
Si bien Lebrero usa el formato acústico, por momentos parece un punk sometido al uso de la guitarra criolla. Ya desde sus anteriores experiencias con su grupo El Puchero Misterioso, nunca busco un clima íntimo o suave como muchos exponentes de la nueva canción argentina, sino que va hacia los bordes, se da todo. Aquí está, y es mucho lo que hay.
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