Desde ya que la narrativa de unas misteriosas cintas que se pierden para reaparecer medio siglo después, conteniendo música inédita de notables jazzmen argentinos, es poderosísima. Pero, más allá de la anécdota, es preciso darle valor a los sonidos que se escuchan en este nuevo disco.
Un poco de historia: en dos sesiones realizadas en abril de 1973 en los Estudios Ion, con un joven Carlos Piriz como ingeniero de grabación, el trío del baterista Eduardo Casalla, que completaban en el órgano Hammond Horacio Larumbe y en vientos Oscar Tissera, grabó algo con forma de disco. Contó también con la participación de Fernando Gelbard en el piano eléctrico Fender en algunos temas. Esa grabación, lista para transformarse en un LP, por motivos desconocidos hasta ahora se archivó. Encontradas hace relativamente poco tiempo, se publica ahora, cuando Casalla, Larumbe y Tissera ya no están.
Generalmente los organ trio suelen (¿solían?) estar liderados por un organista. El caso más famoso es el de Jimmy Smith, pero fue un formato muy difundido en los '60. Este trío tiene la particularidad de que el líder es el baterista, y no el organista. Pese a esta rareza, el protagonismo de Larumbe es bastante acentuado.
Todo el álbum se apoya fuertemente en la improvisación, que prevalece por sobre arreglos o aspectos formales de los temas. El primer track, Prohibido fijar carteles, de hecho, es como una sumatoria de dos sesiones diferenciadas. Es el tema más largo del disco y tiene un inspirado solo del baterista en los minutos finales.
El álbum alterna temas del trío con dos standards: The shadow of your smile (track 2) y In a mellow tone (4). En el primero Tissera dialoga consigo mismo, en un recurso muy poco habitual en la discografía jazzera, tocando la melodía en el saxo y respondiéndose con la flauta. Esta sobregrabación y la fusión -muy evidente- de dos sesiones diferentes en el track 1 no son las únicas osadías de estudio: Tissera además usa un octavador para la flauta, haciéndola sonar en un registro inusual.
Pero más allá de estas y de otras curiosidades (como la fantasmal presencia o ausencia del piano Fender de Gelbard en los temas en los que es anunciado), el álbum nos permite apreciar a tres leyendas del jazz argentino en un momento de madurez y en una época rica en experimentaciones.
Suena atemporal, por momentos parece grabado ayer, aunque son evidentes las marcas de época, La gráfica, de una discreta belleza, aporta también un color setentista (que hace acordar, no por casualidad, al disco 70s de Richard Nant y su grupo Argentos, que era un homenaje a esta década).
Club del Disco
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