Hoy, casi medio siglo después, es imposible en la Argentina no asociar el año 1976 a la tragedia de la última dictadura militar. Sin embargo, ese fue también el año en el que se grabaron discos notables, como El jardín de los presentes, de Invisible, o el primer álbum de La Máquina de Hacer Pájaros. Este álbum que presentamos ahora tiene puntos de contacto con esos trabajos, pero en realidad tiene un vínculo más cercano con los uruguayos de Opa!, es decir Rada, los Fattoruso y compañía y con Raíces, el grupo de candombe rock que surgiría un año después.
Ya desde la portada (un viejo mapa del Río de la Plata, centrado en lo que hoy es Uruguay) y desde el nombre del disco notamos que los músicos apuestan a una identidad regional, no nacional. Editado en ese año, como se acostumbraba entonces, cada tema está descripto: así, vemos que hay seis candombes (Mira tú, el último track del CD, es llamado candombe trunco, jugando con la chacarera trunca). La única irrupción de una especie rítmica no rioplatense es Eterna presencia (7), un aire de baguala. La percusión que completa la batería del candombe es una base de congas y bongós (así son llamados en las notas internas del disco).
Jorge López Ruiz, Pocho Lapouble y Matías Pizarro son tres músicos de jazz, pero esta música difícilmente pueda ser catalogada como jazz, si bien tiene rasgos familiares. En todo caso, es música negra, pero del Río de la Plata. Y un poco más allá... Porque Pizarro, notable pianista chileno que residía en Buenos Aires huyendo del sangriento gobierno de Pinochet, y que luego siguió su periplo por Europa, se da el gusto de meter unos tremendos solos con el Fender Rhodes o el piano. López Ruiz con el bajo también da una clase de improvisación en El viaje de Dumpty (6), donde brilla la voz de Alejandra Martín.
Grabado con muchos overdubs (que los músicos en las notas llaman playback, que es como se le decía en la jerga de entonces) vemos que los tres músicos tocan teclados y percusión, obviamente cada uno centrado en su instrumento. Esto es lo que hace que suene por momentos como un gran combo, con varios teclados al mismo tiempo. En ese sentido, el álbum también se aleja del concepto jazzero o, por lo menos, del que se tiene ahora. El aporte de Lapouble es notable como compositor, firmando siete de los ocho temas, algunos en colaboración. Pero se nota mucho la mano de López Ruiz en los arreglos y en el concepto general del álbum.
Una obra maestra, muy apreciada en el extranjero, que se recupera nuevamente en formato físico en la ciudad que la vio nacer.
Club del Disco
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