Se hace muy difícil, por suerte, definir el género de esta música instrumental que grabó con su cuarteto el baterista Luis Ceravolo. Formación tanguera, con el bandoneón de Nicolás Enrich al frente, el piano de Cristian Zárate, el contrabajo de Juan Pablo Navarro y la batería del líder. Repertorio que va de Piazzolla a un clásico del tango como La puñalada, que cierra el disco, pasando por una versión folklórica (pero no estadounidense) de un standard como Cherokee (track 2), más material propio (de Ceravolo o de Zárate), de claro contenido argentino. Y un toque que reúne esos tres o más mundos: el del tango (el de vanguardia y el lenguaje más tradicional), el folklore argentino y el jazz norteamericano.
Ceravolo sabe que él es esa mezcla, o asume que todos, incluyendo al público que está del otro lado del disco, somos esa mixtura de influencias culturales. De hecho, elige para el cometido a un contrabajista que también trafica sus notas del tango al jazz, pasando por el repertorio de orquesta. Y a un pianista y un bandoneonista que, con un pie en el tango, suelen aventurarse en territorios supuestamente lejanos o experimentales.
El resultado es una amalgama muy consistente que treinta años atrás hubiera sido denominada fusión, y que hoy es producida y recibida con mucha más naturalidad y sin tantas explicaciones. En las manos (y pies) del baterista se resuelven todas estas supuestas contradicciones con maestría. Es un placer escucharlo gracias a la altísima calidad de la grabación y a las manos maestras que mezclaron el disco (ver ficha técnica).
El nombre del álbum, de resonancias clásicas, es un afortunado descubrimiento que pone de manifiesto el largo viaje de Luis Ceravolo por la música argentina. Tocó con verdaderos dioses de nuestra cultura y está, el también, como un héroe clásico, cerca del Olimpo musical. Que siga la odisea, entonces.
Club del Disco
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