Con una notable trayectoria como pianista y a la vez como actor; acompañando a numerosos artistas; escribiendo y grabando música para películas y obras de teatro; tocando; Martín Pavlovsky llega ahora, a los 59 años, a un disco en el que sintetiza sus obsesiones musicales a la vez que se lanza a una experimentación tímbrica. Es que si algo caracteriza a este artista es su inquietud, lo que dificulta encasillarlo en un lugar fijo: en sus presentaciones en público al piano puede interpretar a Erik Satie, Chopin, Remo Pignoni o Egberto Gismonti sin despeinarse, al tiempo que intercala sus propias composiciones.
Justamente el tema que da nombre al disco, luego del festivo Despertando (track 1), muestra la vital influencia de Satie, ampliado a trío con la participación de la viola a cargo de Alejandro Terán en el canto y el cello que toca en casi todo el disco Martina Greiner y que funciona en los hechos, muchas veces, como bajo, ante la ausencia de contrabajo o bajo eléctrico. Luego en King Kong (3) regresa a la formación Facundo Guevara, que desde la percusión es parte de ese trío rítmico sui generis que construye Pavlovsky con su piano y el cello. Es en este tema que hacen su aparición los vientos, con predominancia de los metales, y dentro de esta familia de instrumentos, de los trombones. Porque si hay algo que llama la atención del álbum sin duda es la predilección de Pavlovsky por los trombones, que le dan su color broncíneo a Dos Mundos junto al trío piano-cello-percusión. De hecho, la formación que más se repite es el quinteto que conforma la base rítmica mas los trombones de Guillermo Airoldi e Ingrid Bay.
Otro rasgo que se repite a lo largo de los temas es la construcción sobre ostinati del piano, sostenidos por lo general en la mano izquierda. En el fabuloso El camino más corto (4), donde se percibe la influencia de lo cinematográfico en la escritura, o en Juego frío (7) esa obsesión es la base sobre la que la melodía canta; en cambio en la bellísima Vidala irlandesa (6) que ya desde el nombre marca la superposición de dos mundos diversos, está en la armonía la voz cantante.
El mundo de la tradición escrita versus el mundo de la música popular; el Tercer Mundo y el Viejo Mundo; el mundo de lo ficcional más el mundo de lo real; en este disco hay más de dos mundos y a la vez hay una coherencia a lo largo de las diez piezas que le da ese carácter de obra completa, cerrada y coherente, a la vez que abierta a múltiples lecturas. Es entre los pliegues de esa multiplicidad que permite distintas y a veces opuestas interpretaciones que suele respirar la poesía, y ese es el caso de este notable disco de Martín Pavlovsky.
Club del Disco
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