Cerca de cumplir veinte años ininterrumpidos de actividad con la misma formación, el sexteto Escalandrum presenta Studio 2, un disco que está a la altura de las expectativas y que, como cada paso que da el grupo, fue un desafío pensado para seguir creciendo. La formación del equipo, como en los mejores once futbolísticos, se puede decir de memoria. Se trata de un caso sin parangón en la historia del jazz argentino (y habría que ver cuántos casos hay en general dentro de la música popular). Los vientos, que le dan el color característico a la formación, alistan a Gustavo Musso, Damián Fogiel y Martín Pantyrer. La base rítimica es el trío mágico que conforman Nicolás Guerschberg, Mariano Sivori y, en el arco, Daniel Pipi Piazzolla.
Se sabía que iban a ir a grabar a Abbey Road, luego de su estimulante experiencia en el templo argentino de los estudios de grabación, Ion. Se decía que grabarían música propia, algo que no hacían desde hace un tiempo. Y después de un año de espera, en el que trabajaron sabiamente Facundo Rodríguez (a cargo de las grabaciones del grupo hace tiempo) y Andrés Mayo, que trabajó para obtener un máster para el CD y otro para el vinilo, tenemos en nuestras manos esta maravilla.
Más que describir cada pieza, algo innecesario ya en esta época del streaming, vale destacar algunos hechos puntuales y una sensación, mucho más afectiva, si se quiere. Hechos: las composiciones están repartidas. Desde Acuático, de Nico Guerschberg a Lolo, de Pipi Piazzolla, pasando por Nutibara, de Damián Fogiel, todos aportaron sus ideas. Pero, como remarcó el baterista en la presentación del disco en el CC Konex, los arreglos se terminan en el ensayo, entre todos. Porque, otro hecho: el grupo suena ajustadísimo. Y eso no se debe a las innumerables giras, a los años que se conocen o a algo metafísico: ensayan duro todas las semanas, como un rito sagrado. Detrás de esa máquina prolija y potente a la vez, hay trabajo, horas de buscar la perfección.
Por último, una sensación: el sonido es majestuoso, realmente Abbey Road devuelve con creces cada hora de estudio pagada. Y no hay dudas de que el hecho de estar ahí, concentrados como un equipo de cara al Mundial (otra analogía futbolera también aportada por Pipi), ayudó a que se sonaran todo. Pero la magia no es propiedad del estudio, como tampoco lo fue en el caso de Lennon, MacCartney y compañía. El secreto está en Buenos Aires, y se trata de algo tan sencillo como postergar las ambiciones personales en pos de un trabajo grupal. Usar los talentos individuales para proyectarse en el marco de un equipo de seis. Sin eso, no sonarían así.
Club del Disco
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