Fernando Cabrera es capaz de bordar una canción a capella en medio minuto, o de desarrollar mil palabras donde a simple vista no entrarían, gracias a su hábil e inimitable fraseo. En 432 canta conmovido, y conmueve. El disco arranca con la formación de quinteto eléctrico (imprescindible el teclado de Hernán Klang) y con esa alquimia que logra para ser tan rockero con formas que provienen del folklore, como en Medianoche (track 5).
Sería inútil recopilar aquí la enorme cantidad de hallazgos poéticos, de increíbles aciertos, como flechas clavadas en el centro del corazón. Oración (4) o Pollera y blusa (6), son poderosas en ese sentido. La última, una oda a la figura materna de increíble poder evocativo, nos sorprende llorando hacia el final.
A partir del track 7, De las contradicciones, se retira la banda y queda el cantante con su guitarra, cada vez más sintético y libre a la vez. La seguidilla de Llegó el candombe, Cancionero y El maldito amor es un veloz despojarse de todo revestimiento hasta llegar a la síntesis total. En Alarma (11) aparece la voz inconfundible de Martín Buscaglia. El cierre, con el regreso del grupo, en Otra dirección, da una pista sobre el nombre del álbum (o no, no hay certezas).
En menos de media hora Cabrera nos hipnotiza con doce canciones perfectas. Es muy fuerte la tentación de subirlo a un pedestal y nombrarlo el máximo bardo montevideano de la actualidad. Simplemente digamos que este disco está construido con precisión y corazón a la vez, y que es al mismo tiempo muy actual y atemporal, lo que le confiere ese sabor a obra clásica que decíamos al comienzo.
Club del Disco
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