Como en los viejos discos, cada canción tiene su género explicitado en el tracklist de la contratapa. En un rápido paso de nuestros ojos por la lista, vemos que hay vals, tango, huayno, tonada, chamamé, chacarera, chamarrita y hasta un fox trot. Estilos que interpretaron grandes cantantes del pasado, como Mercedes Sosa o Carlos Gardel. Claro que son todas canciones de Acho Estol, y eso relativiza bastante la pureza de los géneros, ya que todo está intervenido por su mano, y entonces es más que adecuado el nombre; no es folklore, es Folkenstein.
Para cada canción Acho invitó a un cantante distinto a que pusiera la voz (a excepción del único tema instrumental del disco, que es el que la da nombre). Las canciones son narrativas, como El Dorado, un hipnótico huayno interpretado actoralmente por Daniel Melingo o El Lobizón, la chacarera que cuenta esta vieja historia algo aggiornada en la voz de Lidia Borda; o existenciales, como Salgo a la calle, que abre el disco con la épica voz de Pablo Dacal; siempre está presente, aunque sea en un segundo plano, el humor, el desparpajo.
Dos circunstancias hacen de Folkenstein uno de los mejores trabajos en la vasta producción de Acho Estol (como solista o como parte de La Chicana) y son características habituales del artista, pero acá están llevadas a su punto más alto: una es la perfección en el trabajo de las letras; la otra es el buen tino para elegir siempre el timbre justo, inesperado, el instrumento necesario para un lugar de una canción que nos fascina un instante y luego desaparece.
El cruce entre la cultura rock, las lecturas y el conocimiento de las especies de nuestro folklore dan este monstruoso disco. Pocas veces mejor elegido un título, Folkenstein se escucha con placer y constante sobresalto, porque imágenes extrañas a una chacarera o a una tonada (increíble Volar y no volar, no apta para quienes teman subirse a un avión) aparecen a cada rato. Es un disco fascinante, una joya de este orfebre de la producción musical que es Acho Estol.
Club del Disco
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