Una historia del hammond en Argentina

Sobre el órgano Hammond

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Hace un mes Santiago Giacobbe nos explicaba qué era el piano Rhodes, a propósito del lanzamiento de El sapo argentino de boca ancha (Esteban Sehinkman Trio). En este número, Fernando Rusconi, de quien estamos presentando su último CD nos cuenta qué es el Hammond, ese inconfundible órgano que todos conocemos y que ya tiene más de siete décadas en el Olimpo de la música popular.

A mediados de los años ’30 Laurens Hammond, un relojero de Chicago, inventó un instrumento basado en el funcionamiento del colosal thelarmonium. La idea era crear un simulador de órgano de tubos, para la iglesia y para el hogar, que fuera transportable. El primer órgano Hammond (modelo A), instrumento electromecánico, generaba sonido por medio de una máquina con ruedas dentadas que al girar impulsadas por un motor sincrónico producían una señal senoidal muy débil que, captada por una bobina, similar a la usada en la guitarra eléctrica o el piano Rhodes, funcionaba como micrófono y por medio de preamplificadores que multiplicaban esta señal por más de 100 veces su valor original, generaba un sonido de características similares a las flautas de maderas del órgano tubular. Con sólo 9 registros en cada uno de sus dos teclados de 61 notas y una pedalera de 25, el Hammond fue rápidamente aceptado por la sociedad como un reemplazo portátil del gran órgano tubular. Sus diferencias con éste, considerados defectos al comienzo, le dieron su personalidad tímbrica: el click al pulsar una tecla y sus ruidos mecánicos y efectos de percusión y vibrato lo hicieron único e imposible de imitar.

El legendario modelo B3, pensado para el hogar y el clásico C3, con mueble litúrgico para la iglesia, fabricado a partir de los ’50, fueron adoptados por los músicos profesionales muy rápidamente, a pesar de que su inventor nunca aprobara para este fin su creación, ni tampoco la combinación con su combo inseparable, el amplificador Leslie. El Leslie es un amplificador de parlantes rotatorios por medio de motores de ventiladores y correas de tela, con su clásico efecto chorus o trémolo. Hoy sería imposible hablar del Hammond sin mencionar al Leslie; se los piensa como uno solo. Esta combinación produciría un sonido tan característico en los 60s, que ninguna banda de rock, blues, funk o jazz pudo prescindir de sus servicios en sus discos. The Beatles, The Rolling Stones, con Billy Preston, Deep Purple, con Jon lord en su C3 sacudiéndolo como Hendrix a su guitarra, Emerson, Lake & Palmer, Génesis en Vendiendo Inglaterra por una libra, Pink Floyd, Allman Brothers Band y su cantante hammonista Greg Allman, Steve Winwood o, en el jazz o funk, Jimmy Smith, el más grande de todos los tiempos, Jimmy Mc Griff, Richard “Groove” Holmes, con sus clásicos organ trios, Medeski…, y así la lista seria interminable.

En los años noventa, en el jazz, el Hammond revive y vuelve a ser lo que fue, después de casi veinte años de desaparecer por la llegada de los teclados electrónicos que lo apartaron de la escena en la búsqueda de lo práctico y transportable. De la mano de Joey Defrancesco, el joven maravilla que con solo 17 años logró reimponer al Hammond y traer los legendarios organistas de vuelta a los escenarios y los estudios de grabación, revalorizándolo y convirtiéndolo en lo que son hoy el B3 o el C3, clásicos que todo tecladista sueña con tener en su casa.

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